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Reviewed by:
  • The Criminal Baroque: Lawbreaking, Peacekeeping, and Theatricality in Early Modern Spain by Ted L. L. Bergman
  • Matías Ariel Spector
Ted L. L. Bergman.
The Criminal Baroque: Lawbreaking, Peacekeeping, and Theatricality in Early Modern Spain.
TAMESIS, 2021. 270 PP.

EN ESTE LIBRO, Ted Bergman nos invita a examinar representaciones de delincuentes de la España de 1600. Bajo la noción que el autor denomina “Criminal Baroque”, se contemplan diversas representaciones, desde jácaras hasta ejecuciones públicas, independientemente de que presentaran hechos ficcionales o reales, o fueran de naturaleza teatral. Su argumento es que estos eventos públicos, además de entretener a los espectadores, los hacían reparar con desencanto en la omnipresencia de la delincuencia en la vida diaria y en el descrédito de las autoridades encargadas de preservar el orden. Asimismo, llevaban a la audiencia a empatizar con los delincuentes e incluso a celebrarlos, difundiendo modos de actuar y de comprender el mundo ajenos a los ideales y valores del Estado y la Iglesia. Por lo tanto, Bergman concluye que estos espectáculos no inducían al público a aceptar el discurso oficial hegemónico, como famosamente formuló José Antonio Maravall en Teatro y literatura en la sociedad barroca (Seminarios y Ediciones, 1972). Sin embargo, tampoco podían considerarse estrictamente subversivos, pues no eran alegatos contra el régimen monárquico ni contra la estructura jerárquica de la sociedad. Al sostener que tales espectáculos alentaban a los españoles a comulgar con malhechores o cuestionar la capacidad de las autoridades, Bergman presenta una vía original para abordar la teatralidad barroca.

Cada uno de los seis capítulos se centra en diversas representaciones de actores sociales, pasando de menor a mayor estatus según avanza el libro, empezando con miembros del submundo en las jácaras y acabando con la figura del rey en las comedias. Mediante este esquema, el autor ilustra un aspecto clave de la idea de “Criminal Baroque”, a saber, que en los espectáculos se representan delincuentes o malhechores pertenecientes a todos los sectores de la sociedad (y no solo a una clase marginal). Otro aspecto central es que lo delictivo se entiende en un sentido práctico, según como lo interpreten las partes involucradas, y no según definiciones legales prestablecidas. Esta distinción es un acierto que permitirá al autor contemplar un grupo heterogéneo de casos delictivos. [End Page 83]

En el capítulo 1, “The Theatrical Jácara and the Celebration of ‘Desórdenes Públicos’”, luego de caracterizar el género teatral de la jácara y explicar su evolución (destacando, novedosamente, la importancia de Miguel de Cervantes), Bergman plantea que estas representaciones agitaban a la audiencia. El autor argumenta que algunas piezas de Luis Quiñones de Benavente (1581–1651) inflamaban los ánimos de los espectadores y provocaban protestas y algaradas. Así, daban lugar a alborotos en el corral, un espacio en el que, como bien ilustra Bergman, los concurrentes ya eran proclives a involucrarse en actos de violencia. Es más, las jácaras inducían al público a identificarse con los delincuentes en escena, festejando sus fechorías y enfrentamientos con la ley. En otras palabras, las piezas de Quiñones de Benavente propiciaban que actores y espectadores de distintas esferas sociales se unieran en su admiración y posible acatamiento de ideales extraños al discurso oficial de la Iglesia y del Estado, en un espacio simbólico que Bryan Reynolds ha calificado como “territorio transversal” (Becoming Criminal: Transversal Performance and Cultural Dissidence in Early Modern England, John Hopkins UP, 2002, p. 18). Por lo tanto, razona Bergman, no puede decirse que las jácaras fueran herramientas propagandísticas diseñadas para que las masas aceptaran el orden social vigente, como Maravall propuso. Tampoco puede afirmarse que sirvieran a un fin represivo al permitir al pueblo transgredir temporalmente los códigos morales para que luego se sometiera con renovado brío a las normas impuestas por las autoridades; pues los disturbios, lejos de contenerse en el corral, continuaban en las vecindades.

En el capítulo 2, “The Alguaciles as Theatrical Peacekeepers and Lawbreakers”, Bergman...

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